jueves, 11 de agosto de 2016

                                   ¡PODEMOS INFLUIR EN NUESTRA SALUD!

                                                                                  Ernesto Müdespacher Martens


Carl Gustav Jung dice que “nosotros somos responsables en un porcentaje muy alto de nuestra salud y de nuestra enfermedad. Pero esto no se tiene que percibir de forma negativa, sino todo lo contrario, hay oculto un mensaje positivo. De la misma forma que tenemos el poder de crearnos una enfermedad, tenemos el poder de curarnos esa enfermedad. Nuestra mente es tremendamente poderosa, nos puede hundir y enfermar pero al mismo tiempo nos puede salvar y curar. Sólo de nosotros depende”

Estoy  de acuerdo con C.G. Jung en lo elemental.  Dios nos dio una mente poderosa, mediante la cual se ha visto que podemos enfermar, o sanar. Cuantas veces hemos visto como, en una mente retorcida, envidiosa, ruin, no pasa mucho tiempo en que se desarrollen estadios de cáncer.  Ello nos lo explicamos con más claridad cuando estudiamos el desarrollo de la colitis. Cuando somos atacados por alguna persona,  frecuentemente lo “sentimos”  con el aparato digestivo. Jugos gástricos llegan al estómago, donde se forma una acidosis, que sentimos en forma de reflujos gástricos. Acto seguido  se involucra otro órgano gástrico, el colon, que se inflama en diversas proporciones, frecuentemente en forma dolorosa.  Y si permitimos que nuestra poderosa mente siga siendo afectada por esos pensamientos, esa colitis se agravará, pudiendo incluso devenir en un problema gástrico crónico. Eventualmente, incluso en una úlcera o, en casos extremos, cáncer.

Así como podemos descuidarnos, al  permitir que nuestro estado de ánimo nos lleve a la enfermedad, también estoy de acuerdo con el Dr. Jung en que una rápida reacción defensiva hará que controle  mi sentir, que controle mi mente, y que evite el desencadenamiento de la enfermedad.

Leemos en el Salmo 130: Jehová, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado.

Si nos detenemos en el resentimiento que nos causa el haber sido agredidos, o si nos detenemos en el deleite que nos puede causar la sed de venganza, planeando las distintas formas de actuar agresivamente, seguiremos enfermando nuestro sistema orgánico con jugos gástricos, ácidos poderosos  o álcalis destructivos, que pueden estar minándonos. Estamos pecando, nos estamos dejando llevar por la ira. Y caemos en el campo de acción del refrán que dice “en la culpa lleva la penitencia”.


Honra a Dios, quien es grande en perdonar. Podemos, en  momentos de ira o confusión, orar al Señor, para que nos dé el triunfo sobre nuestro enojo: temperancia, y perdón, los cuales nos conducirán a un estado de calma, de “conciencia purgada”, de abandono de esos estadíos de ira y venganza, retornándo en forma casi inmediata al exquisito estado de la Paz.